Thayrinne Machado Brotto, con
apenas 46 kilos de peso, murió en la madrugada del día 1 de enero en un
hospital de la ciudad de Sao Gonzalo, un suburbio de Río de Janeiro, como
consecuencia de los problemas que sufría desde hacía meses en su afán por
adelgazar para ajustarse a los cánones impuestos por la moda. La familia
descubrió que la joven forzaba los vómitos después de comer hace seis meses,
cuando comenzó a tener problemas de salud y en la escuela, reseña el periódico.
"Ella era muy estudiosa,
pero reconoció que no estaba consiguiendo concentrarse en las clases. Entonces
admitió que tenía bulimia y pidió que la ayudáramos", dijo la madre de la
adolescente. Pese al tratamiento psicológico que inició y a las consultas con
especialistas en nutrición, el estado de salud de la joven se fue agravando,
con desmayos y otros síntomas, hasta que tuvo que ser ingresada en el hospital,
en el que murió.
Caso de Bulimia
Caso de Bulimia
El caso que hoy relatamos es de
una mujer de 35 años que, debido a problemas emocionales, entró en esta auto-destructiva enfermedad. Nos lo va a contar ella misma.
“Mi problema con la comida empezó
hace tres años, después de un divorcio muy traumático. Yo siempre he sido de
constitución delgada y el hambre que intentaba aplacar con mis “atracones” no
era por la comida, era por la falta de afecto y de la incomprensión que yo
viví, incluso por parte de mi familia más cercana. Sintiendo lleno el estómago
me encontraba mejor, porque me concentraba en saciar mi hambre con cualquier
cosa, sobre todo con cosas dulces que era lo que le faltaba a mi vida, un poco
de dulzura. Mi problema aumentó cuando dejó de valerme toda mi ropa y tuve que
empezar a comprarme tallas que hasta ese momento no había usado. Llegué a usar
una talla 52”.
“Hasta ahora sólo me había
ocupado de comer cada vez más, pero a la vez que mi talla y mi culpabilidad
aumentaban, empezó a entrar en mi vida el vómito como forma de paliar la
cantidad de comida que “tragaba” sin saborear siquiera. A continuación de un
atracón de comida me iba al aseo y vomitaba todo lo que había comido. Al
principio me costaba forzar el vómito pero luego aprendí con maestría a tocarme
con el dedo índice la campanilla de la garganta, y en unos segundos veía
aparecer todo lo que acababa de comer sin tener que hacer ningún esfuerzo. El
paso siguiente era comer otra vez y el ritual volvía a comenzar”.
“El peligro para mí eran los
fines de semana, ya que trabajaba entre semana y estaba entretenida, pero al
llegar el viernes todo volvía a empezar. En aquella época prácticamente sólo
salía para trabajar, en cuanto tenía libre me encerraba en casa y no volvía a
salir porque me daba vergüenza que nadie viera las atrocidades que hacía con la
comida y mis posteriores visitas al baño.
Recuerdo como los viernes hacía
mi compra, que se componía de cosas como botellas de coca cola de 2 litros y un
surtido de patatas fritas, cortezas, aceitunas, pepinillos, toreras, almendras,
avellanas, pastelitos, tartas de manzana, bizcochos, gusanitos, palomitas,
chuches de los niños, etc, etc, etc. En fin, todo lo que no fuera natural y
estuviera sobrecargado de azúcar, vinagre y sal me servía; justamente los
ingredientes de los que yo estaba sobrada o escaseaban en mi vida”.
“Un día me asusté bastante. En el
trascurso de una tarde de sábado y en unas 3 horas vomité 3 veces y mi estómago
ya no me admitía comer más. Encima todavía quedaba ante mí todo el domingo
encerrada en casa y con la despensa y el frigorífico llenos a reventar de
comida”.
“Dí un puñetazo encima de la mesa
de la cocina y me dije ¡BASTA YA! Cogí todas esas porquerías que había estado
tomando durante tanto tiempo, las metí en dos bolsas de basura y las tiré en el
contenedor. Después me fui a ver a mi madre. Tenía que pedirle algunas
explicaciones, tenía que decirle que su papel de madre había sido bastante
deficiente, que gran parte de mi problema era el escaso apoyo que había visto
por parte de ella, tenía que decirle que estaba equivocada por toda la
culpabilidad que me había hecho sentir, que yo no era la culpable de lo que
había pasado, que yo era… ¡LA VICTIMA!”
“Después de hablar con ella,
empecé a buscar ayuda psicológica. No necesitaba hacer dieta para adelgazar, no
necesitaba fármacos que me quitaran el hambre de manera artificial, lo que
necesitaba era que arreglaran mi mente y yo sola seguro que tardaría mucho en conseguirlo.
Buscar ayuda especializada fue lo mejor que pude hacer, fue la mejor inversión
de mi vida. A los tres meses ya había recuperado mi talla anterior, la que a mi
me gusta, la 42, mi problema con la bulimia había terminado.
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